El tiempo político mexicano actual está marcado por el pragmatismo, la deslealtad y el cinismo de quienes, con la justicia selectiva como bandera, están dispuestos a todo para acabar con sus contrincantes y enemigos. A ello apostaron Vicente Fox, miembros de su gabinete y el PAN cuando emprendieron el camino del desafuero de Andrés Manuel López Obrador, bajo una consigna implacable y evidente: el todavía jefe de Gobierno del Distrito Federal no debe llegar a Los Pinos. Compromisos políticos y económicos con el PRI y con grupos empresariales se entrelazaron para alcanzar el primer paso, en la tensa jornada que culminó con la aprobación del dictamen por parte de la Sección Instructora de la Cámara de Diputados. Más allá de lo que resta por venir, la sombra de la ilegitimidad empieza a descender sobre las elecciones presidenciales de 2006…

Forjado en lides políticas bajo maestros “estilistas” pero con temperamento de “fajador”, el jefe de Gobierno del Distrito Federal se dispone a combatir con su mejor arma –la movilización en las calles- el intento del gobierno federal, de Acción Nacional y del PRI para suprimirlo del horizonte electoral de 2006, que hasta ahora domina. Sólo que esta vez tiene muchos más recursos que en los años ochenta, cuando encabezaba un partido incipiente y aun así logró salir avante